Básicamente, las bombillas de bajo consumo, denominadas también lámparas fluorescentes compactas (LFC), son versiones en miniatura de los grandes tubos fluorescentes tan utilizados en los techos de escuelas y oficinas, y casi todas ellas duran entre 8 y 12 veces más que las bombillas incandescentes... por una cuarta parte del coste a la hora. Además, emiten un 70% menos de calor que las incandescentes cuando están encendidas, lo que hace que el desperdicio calórico de estas bombillas sea ínfimo. Por otro lado, si la palabra
Ciertamente, las bombillas ecológicas tienen un precio bastante superior al de las incandescentes convencionales. A pesar de ello, y debido a su larga duración y al ahorro energético que permiten, dicha inversión se amortiza muy pronto, por que resultan más económicas a medio y largo plazo.
Encontrar la intensidad adecuada de la iluminación con este tipo de bombillas puede parecer algo laborioso, pero sólo hay que comparar los envoltorios de las bombillas incandescentes y las fluorescentes compactas. El consumo energético de las bombillas se calcula en vatios, mientras que la luz que emiten se mide en lúmanes. Si se quiere cambiar una bombilla de incandescencia por una de bajo consumo que tenga la misma intensidad luminosa, hay que escoger una con una emisión de lúmenes comparable, o bien una que consuma una cuarta parte menos de vatios que la bombilla de incandescencia.
No todas las bombillas de bajo consumo pueden acoplarse con lámparas que dispongan de un regulador de intensidad de la luz; por lo tanto, habrá que comprobar que la bombilla de bajo consumo elegida admita este aparato regulador. También deberán comprarse bombillas de bajo consumo especiales de tres vías si se desea usarlas en lámparas de este tipo.
Otra consideración a tener en cuenta es la forma y el tamaño de la bombilla. Las más habituales consisten en un tubo formando una apretada espiral, que ofrece una excelente distribución de la luz, aunque también las hay lineales o en forma de globo. Sea cual sea su forma, hay que tener en cuenta la lámpara en la que se pretende utilizar la bombilla, y asegurase no tan sólo de que pueda enroscarse en su base sino también que evite el contacto con la pantalla. Por otra parte, en el caso de las pantallas que se encajan directamente en la bombilla con una pinza, habrá que adquirir una que sea recubierta.
En último lugar, de la misma manera que las bombillas incandescentes se fabrican en todo tipo de intensidades y colores (blanco suave, matices pastel), las de bajo consumo pueden emitir una luz con un abanico de colores según la escala de temperaturas Kelvin, un número que debería constar en el envoltorio: unos 2,500K (unidad de temperatura Kelvin) producen una luz rosada y cálida; las de 5,500 K son más blancas y frías.
Otra opción, aunque quizá no tan popular, es instalar aparatos que utilizan la nueva tecnología de diados emisores de luz, o LED según el acrónimo ingles. Aunque todavía difíciles de encontrar y considerablemente más caros, hoy existen apliques de pared, instalaciones cenitales e incluso bombillas LED utilizables en portalámparas tradicionales. Con ese tipo de bombillas se ahorra tanta energía como con las de bajo consumo, pero duran diez veces más, o lo que equivale a unas 60,000 horas. Otras ventajas son la ausencia de mercurio en su composición, y el hecho de emitir una luz más parecida a la del sol que la de las bombillas incandescentes o fluorescentes.
Bombillas fundidas: ¿Qué hacer con ellas?
Todas las bombillas contienen materiales que conviene reciclar.
Las bombillas de bajo consumo contienen mercurio, y las incandescentes y los LED incluyen plomo. Por esta razón, nunca deben tirarse a la basura las que se han fundido, pues las sustancias tóxicas que contienen no deben llegar a ningún vertedero. Por el contrario, las bombillas usadas son residuos peligrosos que deben depositarse en los contenedores especiales para este tipo de residuos en los puntos limpios o verdes de cada localidad.
Si en todas la casas se sustituyeran tan sólo tres bombillas incandescentes de 60 vatios por otras de bajo consumo, el efecto sobre la contaminación medioambiental equivaldría a eliminar 3,5 millones de coches de las carreteras.
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