Escarpadas con acantilados graníticos en su cara oceánica y suaves en la parte principal de la vertiente que da a la ría de Vigo, las Cíes, con sus 433 hectáreas de superficie, recibieron de la naturaleza un diseño extraordinario que multiplica su encanto. Aunque pueden parecer dos, son tres. La isla sur o de San Martiño, la más inhóspita y al margen de las rutas turísticas; la do Medio o do Faro y la do Norte o de Monte Agudo. A estas dos últimas las une la majestuosa playa das Rodas, la mejor playa del mundo, según el diario británico The Guardian.
Las playas son de cuarzo, en el que refleja el sol y por eso quema tanto.
Sus gélidas aguas cristalinas de color esmeralda, recuerdan parajes soñados, la vida bajo el mar esta llena de algas pardas y otras especies coloristas, visiones espectaculares para el buceo.
La erosión del viento marino ha dibujado caprichosas formas en los acantilados de unas islas que han sido históricamente la puerta del atlántico.
Ofrecen una inmersión plena en la vida agreste, sin asfalto ni ruidos artificiales, entre gaviotas patiamarillas, cormoranes moñudos, mariposas arlequines y halcones peregrinos.
Las dunas y las algas conforman dos de los elementos centrales de su ecosistema.
Según la leyenda, las islas Cíes se formaron con el barro que le quedó a Dios en la mano tras dibujar con sus dedos las cinco grandes rías gallegas. Confín histórico de piratas, invasores, ermitaños, prófugos y hippies, hoy son la última frontera de la Galicia salvaje. Atraen a 180.000 personas al año con sus playas de colores caribeños.
En estos contrastes emerge la magia y el hechizo de las Cíes, mediterráneo en el atlántico, Caribe en Europa y confín salvaje a las puertas de una ciudad “Vigo”.